Conocí a Juan una noche que Ricardo me llevaba a descubrir lugares entrañables y obligados de Cartagena de Indias, de Gtsemani, mejor dicho: Quiebra Canto, Habana... Una presentación atenta, un saludo desde el otro lado de la barra mientras la música cubana sonaba en directo, unos comentarios via twitter y una cerveza en una terraza, junto a la Torre del Reloj.
Al Bellavista llegué como última opción, porque habían fallado otros intentos, porque mi red de colaboradores en busca de apartamento no dio con uno apropiado a mis presupuestos. Así que me acomodé de manera provisional una noche calurosa y a la mañana siguiente, todavía con el cambio de horario sin resolver, descubrir patios irrepetibles llenos de árboles centenarios y gatos y frescor, y gente que pasaba o se quedaba. Y la confidencia de Mónica, doña Mónica: aquí no vienen ejecutivos.
Juan vivió en el Bellavista mucho tiempo, en su época de estudiante y allí vuelve como náufrago cada vez que regresa a Cartagena después de deambular o trabajar en otro lugar.
Tras la cervezas de la tarde llegamos a casa de Juan, con sus amigas Nena y Maria Socorro, agradables, simpáticas, inteligentes, amenas, la primera una cocinera magnífica, sabia e imaginativa, y mejor poeta. Y Juan me muestra su libro, La voz desconocida. Se trata de un recopilatorio de su blog en el que hay poesía y novela y cuento y música y amigos. Y uno lo toma, se interesa, manipula, y hace correr las páginas, hojeando y ojeando. Abre al azar y lee algo. Y coincide que cuenta una historia del Bellavista
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