En casa de los poetas, baño en la piscina. Su desocupación creativa les lleva a decir que van todos los días, en realidad
bajan, a la ‘ofipiscina’. Así juegan con las palabras o hablan al revés. El remojón nocturno sabe a gloria, como en un oasis, en el centro bochorno de Cartagena.
Me atrevi con una tortillla y parece que les gustó, no
dejaron ni rastro. Sería el hambre. Entre traguitos de wisky y el
descubrimiento de letras impagables de ballenatos –una dedicada a Bin Laden, otra
que habla de amor, de un pintor que quiere ser Miguel Ángel y con sus pinceles
pintarle a su amada la misma sonrisa que la Monsa Lisa (como suena)- repasamos
las próxima elecciones. El mismo día, las colombianas, y las europeas. Ambas
desde el descreimiento, ambas sucias. Y de las campañas de los candidatos pasamos a la Transición no tan modélica y a las historia del narcotráfico. Curiosamente los poetas colombianos se interesan mucho por los nombres de la familia real, seguramente por eso en su desvarío decían que andan entre la monarquía y la anarquía.
Un taxi me devolvió pasada la media noche al
Bellavista. En una calle solitaria, las olas del mar al otro lado, la brisa
nocturna, pago al taxista sin resquemores. Y al bajar de coche se acercan dos
policías. Siempre es una aproximación que trae cierto desasosiego. Uno de ellos
extendió su mano hasta chocar con la mía. Se produjo un roce que aun ahora no
sé si fue saludo, amonestación, aviso o qué. Dijo:
-¿Todo bien?
Respondí que sí, porque no se me ocurrió otro
tema de conversación ni pude saber muy bien a qué se refería su pregunta.
Se lo conté al
portero de noche del Bellavista y le pareció
muy raro que me diera la mano el policía.
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