Me asomo al salón Siam,
en el segundo piso de un hotel de Bogotá, y me encuentro con una gran mesa en
forma de U atestada. La ocupan unos veinte periodistas jóvenes, atentos a las
lecciones de la maestra. Entro con sigilo, que el avión que me trajo de Cartagena
ha hecho que llegue cuando el evento ha comenzado, y mientras me acomodo
observo cómo anotan en cuadernos de anillas, tablets y pantallas de ordenador
una lección: “Debemos preguntarnos de dónde salen las historias”.
Reconforta que
alguien se cuestione eso desde la misma base del periodismo. Acostumbrado a
tantas noticias de declaraciones, tantas notas salidas de un comunicado
oficial, tanta novedad interesada, tanta verdad a medias, es aire fresco
pararse a pensar de dónde nacen salen
las cosas que contamos. Si las vimos, si las sospechamos, si las intuimos, si
la sufrimos, si nos las soplaron al oído.
Hay periodistas de
Panamá, México, Nicaragua, Venezuela, Costa Rica, El Salvador, Honduras,
Colombia, Ecuador, Bolivia, Argentina y Brasil. Los convoca un taller de la
Fundación García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano que lleva el
título de ‘Periodismo de Investigación especializada en la cobertura de la
seguridad ciudadana’. Lo dirige una buena y experimentada periodista colombiana
María Teresa Ronderos.
Todos tienen alguna
experiencia de reporteros en el campo de los sucesos, del crimen, de la
violencia, y llegan para aprender a hacer un periodismo de calidad. La maestra
da sus lecciones y ellos toman nota. Maria Teresa, precisa y amena, logra
mezclar con eficacia las vivencias propias con los argumentos exigibles al buen
periodismo: la búsqueda de la verdad, el rigor en ese empeño, la elección de
las fuentes, los escenarios en los que han de fijarse, las dudas que tienen que
provocarle las versiones de la autoridad.
Y al mismo tiempo relata cómo solventó una dificultad, cómo se hizo con
un dato, cómo resolvió alguna de sus grandes investigaciones de narcotráfico o
guerrilla.
En el mundo está la
profesión de capa caída, desprestigiada, deprimida y mal pagada. Los lectores
en desbandada, los periodistas dudando de su futuro, los empresarios sin dar
con la tecla del negocio. En el salón Siam hay entusiasmo y el convencimiento
de que el periodismo es posible. Cada uno de los alumnos lleva pensada una
historia y entre todos y la maestra ayudan a ponerla en marcha. Porque el
modelo pedagógico parte de unas ajustadas lecciones teóricas y mucha práctica.
Durante cuatro días
en el salón y en el bar y en las habitaciones del hotel se produce una suerte
de milagro: se convierten en improvisadas salas de redacción. Algo que no
ocurre ni en las redacciones de los periódicos. Aquí se discute, se aporta, se
sugiere, se crean alianzas, de modo que cada uno puede descubrir, perseguir,
agarrar y contar la historia que lleva dentro. Entre todos logran pulir las
ideas brutas que entraron agarradas por los pelos de la ilusión y salen armadas
y enfocadas a ocupar las portadas de los medios.
Ahora hay veinte
reporteros en acción. Están siguiendo otras tantas propuestas potentes de
investigación sobre bandas violentas, niños sicarios o acuerdos secretos entre
gobernantes y narcos; se proponen pintar las radiografías del horror, relatar
las penurias de los desplazados, indagar en la perversa relación de víctimas y
verdugos. Son crónicas y reportajes que podremos leer en los próximos meses.
Atentos.
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