La
charla de Moncho siempre es interesante, ilustrativa. Suele estar más comunicativo al anochecer, cuando la brisa sopla debajo de los árboles del caucho, se cuela entre las sillas de madera del hotel y abanica las hojas grandes. A veces se le olvida un
nombre o una fecha, pero su visión de la política colombiana es certera, documentada,
lúcida y le duele. No entiende como sus compatriotas no denuncian la
corrupción, cómo siguen apoyando a políticos y gobernantes que se sabe sin
género de dudas que fueron los
responsables de los paramilitares, que han robado, que acordaron y
favorecieron a los narcos, que organizaron el escándalo de los falsos positivos,
el asesinato de civiles inocentes para hacerlos pasar por guerrilleros muertos
en combate.
Así
que decidió no ir a votar porque ninguno le daba confianza. Es más, pensó ir y
romper el voto, para que sirviera de algo su postura. Suele hablar bien de
Petro, el alcalde de Bogotá, asegura que ha llevado la cultura a las calles, que
las ha abierto a las ciudadanías y que tiene descontenta a la oligarquía y a la burguesía.
Había
cinco candidatos, el actual presidente Juan Manuel Santos, derecha moderada; el
derechista Oscar Iván Zuluaga, la mano del anterior presidente Álvaro Uribe; la
conservadora y ex ministra Marta Lucía Ramírez; la cantidata de la izquierda
Clara López Obregón; y el más o menos verde y ex alcalde de Bogotá, Enrique
Peñalosa.
Me
acerqué a la votación, por ver la manera de votar colombiana. Acompañando a Adriana y a Lili pasé por el claustro
de la universidad y por los soportales del colegio Salesiano, junto a las
Bóvedas, la larga fila de portales convertidos en tiendas de artesanía junto a
la muralla. Un enjambre de mesas pequeñas, bajas y redondas, se apiñaba en los
dos lugares. Presidentes y vocales parecen jugar a las cartas mientras llega un cliente. El votante
muestra su cédula, le dan una cartulina del tamaño de un doble folio con las
fotos y el nombre de los partidos de los
candidatos, se acerca a una suerte de silla con respaldo alto de cartón, como
un confesionario estrecho y abierto, y en él ejerce con discreción la tarea de
marcar con una cruz la cara del preferido.
Como
colofón de una campaña sucia, con acusaciones de corrupción y manejos que, como
en otras partes del mundo, no parecen hacer mella, ganó Zuluaga por encima de
Santos. Serán los dos que compitan en la segunda vuelta el 15 de junio.
Hay
un voto útil que aconseja votar a Santos que lleva el empeño de un proceso de
paz con la guerrilla. Otro voto útil habla de preferir a Zuluaga que promete
seguridad y mano dura a la guerrilla.
Moncho
sigue indignado, el que ha perdido ha sido el pueblo colombiano, dice. Asegura
que son los dos iguales. Y está empezando a desear que gane Zuluaga, “a ver si
revienta esto de una vez, a ver si despiertan los colombianos y luchamos”.
Mientras,
los tertulianos y analistas especulan a quien prestarán el voto los tres que
han quedado fuera. Apenas indican que la abstención ha pasado de 60 por 100. Será una prórroga dura de la campaña. Ya hay francotiradores que amenazan con tirar de la manta. De momento no se ve ningún Floriano.
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