Me
fui para Barranquilla y no vi al caimán. Aunque estuve a punto cuando descubrí
los arroyos. Me lo habían dicho varias veces, de Barranquilla lo más
espectacular son los arroyos. Y no hice mucho caso pensando que me hablarían de
alguna canalización, tal vez una ingeniosa manera de llevar el agua, seguro que
una relativa curiosidad para guiris. Y no preste mayor atención. En la puerta
del Bellavisa me recogió la buceta a las seis en punto de la mañana y a las
ocho estaba presto para participar en la reunión de Investigadores de la Comunicación
que se celebraba en la Universidad del Norte, en Barranquilla.
Un
sistema de transporte cómodo y personalizado: una furgoneta con aire
acondicionado te recoge a la puerta de tu hotel de Cartagena y te deja donde la
digas de Barranquilla. 21.000 el pasaje. Solo que el conductor de la mia debió
olvidarse de mi indicación y me dejó a tres cuadras de la universidad. De modo
que tuve que caminar un rato por delante del cementerio, que está al lado.
No
obstante llegue a tiempo. La cosa, el evento, se extendió hasta las doce, que
la gente de la comunicación se explica mucho y tiene la capacidad de encontrar
ciencia donde aparentemente no hay más que verdades de Perogrullo, pero ellos
lo exponen mejor. El caso es que estaba sin desayunar. Jesús, uno de los
profesores, me invitó a tomar algo y ese café de mediodía con una barra de
queso fue reparador. Como no iba a tener mucho tiempo hasta la hora volver en
la buceta, la última a las ocho de la
tarde, el colega me hizo un plan modesto de turisteo. La Cueva, un museo,
visita al periódico local, el Heraldo y poco más. Tal un breve paseo por el
centro.
Jesús
volvió a decirme algo de los arroyos y me ayudó a ajustar el precio de un taxi.
Conviene acordarlo antes para evitar circunstancias penosas: Diez mil pesos
hasta la Cueva, en 43 con la 49. Es decir, carrera 43, calle 49. El taxista
también quiso ser guía turístico, así que me preguntó de donde era y habló del
tiempo, parece que va a llover. Pasamos una calle encharcada, como con un
escape, una rotura de una cañería. No, es un arroyo, dijo el
taxista. Y explicó que ya estaba lloviendo arriba y eso explicaba todo el agua que
corría calle abajo, que iba a llover en pocos minutos y que cuidado con los
arroyos. Era la cuarta o quinta vez que me hablaban de eso, así que el taxista preguntó
cómo es que no sabía que era. Busque en Google y lo vera. Efectivamente, si en
el buscador se escribe arroyos de Barranquilla se ve lo que son.
Justo
llegamos al destino cuando empezó a caer agua como sólo debe pasar en
Barranquilla. Las calles se inundaron. No llegaron a los metros que se ven en
las imágenes de Google pero hube de quedarme guarecido en el La
Cueva, el sitio donde García Márquez se reunía con sus amigos, el Alejandro
Obregón, Alvaro Cepeda Zamudio y Orlando ‘Figurita’ Rivera. Y la camarera me dio
jugo de coroso y me contó la historia del sitio
que fue granero, luego lugar de reunión de cazadores, más tarde rincón
de tertulia literaria y hoy Fundación. “Aquí los amigos le enseñaron al premio
Nobel el periodismo”, dice la camarera sabia, leída y guapa. Hoy es un lugar de
peregrinaje, con un recortable de Gabo a tamaño natural con el que hacerse
fotos.
En
la época de los cazadores no podían entrar mujeres en el bar y uno de ellos
mandó hacer un retrato de su amada. Colgó el cuadro en lugar principal y fue
como traspasar la norma. Una discusión, alguien sacó la pistola y soltó dos
tiros que se alojaron en un lado del cuadro. De milagro no acertaron a la mujer
pintada. Aun se pueden ver los impactos en el fresco.
La
Cueva como Fundación también ha querido contribuir al homenaje de despedida de
este mundo de su antiguo cliente. Así que invitó a Barranquilla al traductor de
García Márquez al mandarín, Fan Yen. Fuera llovía a cántaros y los arroyos se
iban llenando.
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