Sobre la muralla, desde un lugar llamado el Café del Mar, en Cartagena de
Indias, dicen que se ve la mejor puesta de sol del mundo. La
brisa del mar, el trago, y el sol engullido como una moneda de oro por el
tragaperras del océano. Precipitado sobre el agua para abrir en un instante el
telón de la noche. Cada tarde, poco después de las seis, se llena la terraza
para ver el espectáculo. Turistas,
curiosos, poetas, parejas de enamorados, hombres de a saber qué negocios, se
asoman al fin de la jornada y creen tender la mejor localidad. Entre ellos y la
visión, la carretera tapada por la
elevación del muro. Es decir, en primera fila. Aseguran que merece la pena
pagar por mirar.
Hay otra visión, a ras de agua, sobre el mar. Son dos tipos que viven en
una casa con vistas pegada a la orilla, hecha con lo que han traído las olas,
de un metro por un metro. Un espacio
mínimo atestado de cachivaches porque el Caribe es generoso y les regala maderas,
cuerdas, latas, hilos, botellas, incluso peces. Detrás de ellos, la carretera, y un poco más
atrás la terraza privilegiada. Por delante, la puesta de sol. No se pierden ni
una. Silenciosos, comparten cigarros y miran, de espaldas al mundo.
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